María te habla hoy
Ven y refúgiate bajo mi Manto Celeste
Alma mía, pequeña y amada:
¿Por qué temes? ¿Por qué huyes si sabes que soy tu Madre? Hoy extiendo sobre ti mi Manto Celeste, bordado con las oraciones de los justos y las lágrimas de quienes aún esperan. Ven, no tardes. Refúgiate aquí donde el enemigo no puede tocarte.
No vengo a juzgarte, sino a conducirte con ternura hacia Jesús. Él me envía a ti, porque sabe que a veces tu corazón necesita primero sentir el calor de una madre para volver a confiar en el amor del Padre.
Te busco para hacer florecer en ti el triunfo de mi Inmaculado Corazón. Permíteme formarte, guiarte y purificarte. Cada acto de abandono es una ofrenda que sana las heridas del mundo. Cada alma que se convierte es un gozo en el Cielo.
No digas que no puedes. Yo te sostengo. Solo di “sí”.
Con ternura infinita,
Tu Madre del Manto Celeste
Soy la Madre de los pecadores que desean volver
Hijito amado:
No importa cuán lejos hayas caminado, ni cuán hondo hayas caído. El abismo de tu pecado no es más profundo que la misericordia de mi Hijo. Por eso vengo a ti como la Madre de los pobres pecadores, como estrella en la noche, como luz que no juzga, sino que espera.
He rogado por ti con lágrimas dulces. Y el Padre me ha concedido un don: que todo el que se acoja a mi Manto Celeste, reciba la gracia del arrepentimiento verdadero.
Te invito a volver. ¡Sí, vuelve! No tengas miedo del juicio, porque en mi Corazón Inmaculado hay refugio y medicina. Aquí renacerás. Aquí serás sanado. Aquí comenzarás de nuevo.
Jesús me ha confiado las llaves de muchos corazones, y el tuyo es uno de ellos.
Con esperanza de Madre,
Tu Madre del Manto Celeste
El mundo será renovado desde los corazones
Alma elegida:
Mi Corazón Inmaculado aún no ha triunfado del todo, pero lo hará. Y ese triunfo no comenzará con reyes ni ejércitos, sino en los corazones humildes que se dejan transformar por la gracia.
Por eso te invito a ofrecer tu pequeñez, tus oraciones, tus luchas ocultas. Desde el silencio de tu alma, yo puedo hacer que brote un fuego que ilumine a otros. Tú puedes ser un faro bajo mi Manto Celeste.
Yo recojo tus sacrificios, los uno a los de mi Hijo, y los presento al Padre para la conversión de los pobres pecadores. Cada alma convertida es una joya más en mi corona y un paso hacia el amanecer de un mundo nuevo.
No te rindas. No estás solo. Yo soy tu Madre y estoy contigo hasta el fin.
En misión contigo,
María del Manto Celeste
Evangelio meditado
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