Nuestra señora del Manto Celeste:

Refugio y Camino al Triunfo del Inmaculado Corazón

En los tiempos de mayor confusión espiritual y desolación moral, la misericordia de Dios se derrama con mayor ternura sobre el mundo. En esta hora particular de la historia, el cielo nos ofrece un refugio: el Manto Celeste de María.

Nuestra Señora del Manto Celeste se presenta como Madre y Reina, extendiendo su manto azul, con estrellas de oro luminosas como el firmamento, sobre todos los que buscan consuelo, conversión y protección. Este Manto es símbolo de su presencia constante, de su amor maternal que cubre nuestras heridas y de su intercesión poderosa ante Dios. Quien se acoge a él, encuentra luz en la oscuridad, esperanza en el combate y un camino seguro hacia el Corazón de Jesús.

Este devocionario nace como un instrumento para ayudar a las almas a refugiarse bajo ese Manto y permitirle a la Virgen formar en cada corazón una morada pura para su Hijo. Está inspirado en la espiritualidad mariana tradicional, en el llamado urgente de la Virgen en Fátima a la oración y conversión, y en el anhelo ardiente del Triunfo de su Inmaculado Corazón.

Cada oración, cada meditación, cada acto ofrecido con amor sencillo, se convierte en una estrella de oro que adorna ese Manto. Y cada alma convertida es una victoria de su Corazón Inmaculado sobre el pecado y sobre el demonio.

Quien tome en sus manos este devocionario, que lo haga con fe viva, con esperanza firme y con amor filial. María te espera. Ella te cubrirá. Y desde su Manto Celeste, te conducirá al triunfo de la gracia en tu vida.


Manto que sanas:

Jesús y María

“Si tan solo toco su manto, quedaré sana” — decía la mujer que sufría flujos de sangre (cf. Mt 9,21). Con ese simple acto de fe, tocó el borde del manto de Cristo, y al instante fue curada. No fue un gesto mágico, fue un encuentro profundo entre su fe y el poder salvador de Jesús. El manto no era en sí milagroso, pero fue el puente entre el alma herida y el Corazón de Dios.

Así también es el Manto Celeste de la Virgen María. No es un objeto físico, sino una realidad espiritual que envuelve a los hijos que buscan protección, sanación y gracia. La hemorroísa se acercó en secreto, con temor y temblor, y halló en el borde del manto lo que había buscado durante años: salud, paz, una nueva vida. Hoy, tú y yo somos esa mujer, heridos por el pecado, el miedo, la desesperanza. Y el cielo nos ofrece el Manto de la Madre como refugio y medicina.

El manto de Jesús dio paso a su fuerza divina. El Manto Celeste de María da paso al consuelo del Espíritu Santo, a la ternura del Corazón de la Madre, a la misericordia del Hijo que no sabe negarle nada.

Tocar el Manto de Jesús fue un acto de fe que rompió una cadena de doce años de sufrimiento. Refugiarse bajo el Manto Celeste de María es un acto de abandono filial que abre las puertas a un proceso de transformación, sanación y conversión profunda.

El Manto de Jesús sanó a una mujer. El Manto de María quiere abrazar al mundo.

Ambos mantos nos conducen al mismo Corazón: el de Cristo, fuente de vida. El Manto Celeste de Nuestra Señora es una extensión materna de la Misericordia de Dios, un signo de que en estos tiempos la Madre viene al encuentro de sus hijos enfermos, para que vuelvan a tocar la gracia.

?Te atreves hoy a tocar el Manto de tu Madre?

Como la hemorroísa, solo se necesita fe y un corazón dispuesto a volver a vivir… Anímate!

Oración de consagración a Nuestra señora del Manto Celeste

“Madre mía, tómame entre tus brazos y cúbreme con tu Manto de cielo.”
Santísima Virgen María,
Madre del Verbo encarnado y Reina de los Cielos,
hoy vengo a consagrarme a Ti
bajo la dulce advocación de Nuestra Señora del Manto Celeste.

Me entrego completamente a tu Corazón Inmaculado:
mi alma, mi cuerpo, mis pensamientos,
mis decisiones, mis heridas y mis pecados.
Cúbreme con tu Manto Celeste,
refúgiame en tu ternura maternal,
y no permitas que jamás me separe de tu Hijo Jesús.

Te consagro mi pasado, para que lo purifiques;
mi presente, para que lo protejas;
y mi futuro, para que lo guíes hacia el cielo.
Te suplico, oh Madre,
que intercedas por la conversión de los pobres pecadores,
y que por medio de esta humilde consagración,
yo también sea instrumento del Triunfo de tu Inmaculado Corazón.

Reina del Manto Celeste,
enséñame a orar, a sufrir, a amar,
y a decir cada día con confianza:
“Sí, Madre, aquí estoy, cúbreme con tu Manto.”

Amén.